Por: i. e.
Hace tiempo que nos preguntamos por la relación que existe entre obra y cuerpo, hace rato que creemos que esa relación está mediada de manera privilegiada por el sujeto, es decir, por una subjetividad dada. Creemos que, como ya hemos dicho en otro lado, reducir o identificar al cuerpo con una sola subjetividad implica ignorar la multiplicidad que somos, incluso el grado impersonal de compuestos que forman nuestra «subjetividad». Y fijar un libro como la causa de un sujeto, dicen Deleuze y Guattari, implica inventar «un buen Dios para movimientos geológicos». Estas preguntas, estos avances en los terrenos especulativos de la escritura, nos han traído hasta aquí. Esta entrada en el blog de no-escobarismo no es un ensayo ni una apropiada sedimentación teórica; es más bien un paso. Un paso que inicia con esta certeza entre el «complejo escritural» y los territorios. Deleuze y Guattari escriben en «Del ritornelo», texto del Mil mesetas:
El territorio sería el efecto del arte. El artista, el primer hombre que levanta un mojón o hace una marca. La propiedad, de grupo o individual, deriva de ahí, incluso si es para la guerra y la opresión. La propiedad es en primer lugar artística, puesto que el arte es en primer lugar cartel, pancarta. Como dice Lorenz, los peces de coral son carteles. Lo expresivo es anterior con relación a lo posesivo, las cualidades expresivas, o materias de expresión, son forzosamente apropiativas, y constituyen un haber más profundo que el ser. No en el sentido de que esas cualidades pertenecerían a un sujeto, sino en el sentido de que dibujan un territorio que pertenecerá al sujeto que las tiene o las produce. Esas cualidades son firmas, pero la firma, el nombre propio, no es la marca constituida de un sujeto, es la marca constituyente de un dominio, de una morada. La firma no indica una persona, es la formación azarosa de un dominio. [El énfasis es nuestro]
El asunto, finalmente, es más claro aquí, en esta especie de escolio al texto anteriormente enlazado (El desgarro de las autorías). No es que el cuerpo esté implicado en la escritura, lo que pasa es que el cuerpo mismo está implicado con el territorio, se territorializa. Por tanto permite que este mismo se forme a través de la firma, de la presencia y puesta en marcha de una obra. Como ya hemos mencionado, no creemos mucho en el arte y, menos en el artista, por el hecho de arrastrar consigo las mecánicas de despojo y horror propias del Imperio. Es decir, no creemos en el arte, si con esa palabra seguimos nombrando a ese dispositivo colono-burgués que se ha hecho hoy día un mercado de especulación y producción capitalista. Si no nos molesta que este par de viejitos franchutes usen esa palabra (arte), es porque ellos están hablando de la «formación azarosa de un dominio», no de «producción cultural» ni de fetichismos capitalistas ni de productos del yo-moderno. De hecho, escriben: «Por supuesto, a este respecto, el arte no es un privilegio del hombre. Messiaen tiene razón cuando dice que muchos pájaros no sólo son virtuosos, sino artistas, y lo son en primer lugar por sus cantos territoriales».
Por estos motivos, las autorías no son autorías de un solo cuerpo. Quizá puedan serlo de un cuerpo en un medio o de un cuerpo en un territorio, es decir, un cuerpo con territorio o sin este. Pero, en definitiva, nos interesan cómo ciertas autorías expresan un territorio justo al componerlo y, también, cómo esa expresión implica necesariamente unos movimientos que lanzan la obra fuera de este. Esa «formación azarosa» es la misma expresividad obrada. Las autorías no son, repetimos, el lazo indudable entre una obra y una corporalidad, no es un proceso de identificación (siempre policial). Es un proceso de proliferación de fuerzas no-sólo-propias. No puede el territorio ser simplemente propio, aunque incluso Deleuze y Guattari lo tengan en cuentan al señalar que la propiedad, de cualquier tipo, deriva del arte, así sea usada para la opresión y la guerra. Las fuerzas que dan forma a los territorios nos hacen participar de la formación del dominio, de la morada que la escritura instaura.
[Aquí un intemerdio:
La formación de una literatura menor implica un «índice de desterritorialización», dicen los viejitos franchutes. ¿Qué entendemos ahora por esto? Que las escrituras menores surgen en pugna. Desterritorializar aquí que dos territorios se enfrenten o rocen o deslicen uno contra el otro: el que está ensamblado con el lenguaje de la mayoría y aquellas funciones bastardas o aberrantes que la escritura menor acciona en este. El lenguaje de la mayoría, usado por las minorías, es un lenguaje que se «recupera» o, mejor, que se deforma, bastardo. No tenemos otra manera más fácil de decirlo, pero es una confrontación por las fuerzas que dan forma a los territorios y, por supuesto, a la posibilidad de habitarlos libremente].
Por eso terminaré quitándole la máscara a este texto, que es realmente una breve nota chueca de la obra Jujutsu Kaisen. Este manga/ánime trata de un grupo de seres que pueden usar una cosa que llaman «energía maldita» (呪力 Juryoku) con distintos fines. Esta energía surge de las «emociones negativas» (miedo, odio, envidia, etc.) de la gente. Además, hay que anotar que las acumulaciones o consolidaciones de esta energía pueden dar vida a espíritus malditos (呪霊 Jurei) o maldiciones (呪い Noroi), es decir entidades con «personalidad» o «subjetivadas» que, normalmente, actúan como las consolidaciones y realizaciones de esas emociones negativas, motivo por el que suelen ser agresivas y peligrosas, especialmente contra humanxs. En este mundo, entonces, los brujos o hechiceros son los individuos capaces de intermediar la relación entre maldiciones y la sociedad (que en su mayoría no tiene capacidad de usar o identificar la energía maldita y, con ello, a los espíritus malditos). Para eso hacen gala de capacidades hereditarias (como los kekkei genkai de Naruto) o de técnicas aprendidas y desarrolladas por cada brujo o bruja.
Una de las cosas particulares, pues, de este mundo es que estas técnicas están íntimamente relacionadas con los individuos que las desarrollan, pues, como decíamos, la energía maldita es una extensión del mundo afectivo de cada hechicerx. Así, las técnicas propias funcionan de manera expresiva, son diseñadas o surgen en concordancia con la «identidad» de sus practicantes. Y es quizá la más importante y poderosa la llamada «expansión territorial» o «expansión de dominio» (領域展開 Ryōiki Tenkai). Esta técnica representa el más alto nivel de experticia en hechicería y es, en un sentido estricto, una técnica de barrera. Las barreras funcionan circunscribiendo una extensión de espacio, pero además filtrando. Permiten o no el uso de ciertas técnicas, de energía maldita; permiten ocultar o proteger, etc. Es decir: funcionan como cribas, jaulas, murallas o velos. Uno de estos usos es, precisamente, el dominio, que puede ser el innato, el de la expansión de dominio, o un dominio simple. Ambos nos interesan para tratar el asunto de los procesos de territorialización, pero no puedo hacer un tratado exhaustivo explicando qué son y cómo funcionan. Solo puedo decir que la extensión de dominio es una técnica de barrera compleja que instaura una serie de reglas o condiciones (dirían Deleuze y Guattari que codifican) un espacio, es decir un ensamblaje, para que el hechizo innato del brujo o bruja que extendió su dominio nunca falle. Es decir, es un arma, una trampa. Es, por esto, una de las técnicas más temidas, de tan efectiva. El dominio simple, también llamado el «dominio de los débiles», surge, a mi modo de ver, como la expansión de un dominio no innato que codifica el espacio de manera que no se impone ningún sujeto sobre otro, quizá por esto, su uso es mayormente defensivo.
Jujutsu Kaisen confía mucho en la individualidad. Claro. Pero lo que me interesa es sacar la idea de la expansión de dominio de este contexto, para entender la capacidad en que el complejo escritural expande o genera los territorios que reposan virtualmente en cada uno. Por estas razones es complejo relacionarse con el territorio de manera que exigimos de este cualquier tipo de respuesta, de «reconocimiento», que no es realmente un reconocimiento, sino la presencia previa de un pueblo, de una Nación natal que extrañamos. Esta relación entre el ritornelo del héroe romántico con el ritornelo de la tierra o del pueblo atávico es descrita por Deleuze y Guattari, criticada y denunciadas sus implicaciones fascistas o nacionalistas. El territorio no implica solamente este diálogo entre el Yo romántico y la Noche de la Patria, en todo caso lejana; implica sí un agenciamiento o un ensamblaje, es decir, ser parte de una heterogeneidad constituida y consistente, con historia. Es decir: implica una acción conjunta y el surgimiento, quizá, de una pretensión general de un nuevo pueblo, de unas fuerzas no plenamente telúricas ni caóticas, sino «cósmicas», como señalan los franchutes. El territorio es un acto, dice María Teresa Herner, una puesta en orden de unas acciones o unos ritmos, digamos movimientos «controlados». El dominio en Jujutsu Kaisen no se usa solo para atacar o forzar un movimiento en falso, pues se reconoce que hay todo tipo de expresión y funciones para la capacidad de extender un dominio. Que el dominio sea posible como una trampa, implica, entre otras cosas la capacidad de gestar herramientas de resistencia, pues se expande el dominio para atrapar al contrincante y para determinar unas formas específicas de agencia dentro. Pero, por otro lado, gestar un nuevo territorio, darle paso a un dominio entre y a partir de uno previo, implica también la posibilidad de la novedad.
***
en algún momento es posible
desarrollar la capacidad de desplegar
consigo
un dominio ante el mundo
como establecer
entre este curso de las cosas
una discontinua reformulación para que
acontezcan
los cuerpos y los espacios
las ideas de estas
tus manos
que no vemos sino como árboles que se impulsan entre el aire hasta el río que toca mis pies
en este dominio el agua aletea
y sobre ella
intentando alcanzar mis plantas
de los pies
el sol se quema
mientras amanece
ese dominio
que es
repito
como establecer entre los sonidos de las chicharras
un juego
ese dominio que se forma como una flor magnética o un ramo de sombras o una cícada que rasga el aire húmedo cercano
deja ver que viene con sus criaturas
con su tiempo
con su doblez
y en ese dominio la trascendencia no es el tema
no
sino algo ques como las fuerzas de la tierra
una conjunción burbujeante
magma
de impulsos y formas
y a veces algo así como la muerte
pero no exactamente eso
ni es el sufrimiento
sino un sueño o una primera teoría para lo que sigue
***
Referencias:
Deleuze, G., y Guattari, F. (2020). «Del ritornelo». En: Mil mesetas. Pre-textos.
Herner, M. T. (2009). Territorio, desterritorialización y reterritorialización: un abordaje teórico desde la perspectiva de Deleuze y Guattari. Huellas, (13), 158-171.