Lirios caminantes

El convoy fue llamado Lirio Caminante. No íbamos a Medellín desde el bombardeo del Cuarto Año luego del Fin. Las Fuerzas Fósiles y el Frente Ganadero de Oriente cercaron la Plaza de las Estatuas luego de la toma del Museo cuando derrumbamos algunas estatuas para poner nuestras antenas e ídolos de aire. Volver con la frente marchita a lo que fue el campo de una guerra que aún parpadea en nuestros corazones. Tenía 20 años y la fe estaba puesta en nuestros movimientos transfronterizos. Era estratégico concretar la Plaza como base de operaciones, para darle frente a la base Fósil en la Alpujarra. 

Recuerdo tener en las manos un afiche sobre el que Gildardo anotó las instrucciones a mano y con una máquina de escribir electrónica recogida de la calle: todo está vivo, todo se niega a aparecer en un solo orden. No sé cómo escribía con esas uñas largas, curveadas y amarillentas como amarillenta, larga y curveada es la luz del atardecer. Pasamos por el Jardín Botánico suspirando, separándonos de la avanzada de reconocimiento Moravia. Gildardo escribió: hablar es una cuestión de ordenamiento territorial. Para las Fuerzas Transfronterizas, luego de la Gran Guerra Móvil, el asunto más importante era el ordenamiento territorial. Nos preguntábamos: ¿cómo constituir nuevos mundos en el yermo que dejó la guerra?, ¿cómo completar nuevos espacios sin el gesto mudo o absurdo del trauma?, ¿cómo desahogar las potencias inscritas en la Tierra? Los Puentes, mientras pasamos, vibran solos, enredados. Somos la única gente que lo transita: tomo una foto en la que se ven las espaldas de M. y de J. Atrás mío están Carmen y H. y lxs hermanxs Casas. Les volteo a ver: tomo fotos. Les veo partir. Pequeñas piezas entre un laberinto. Lirio Caminante es también Lirio Volador, un tipo de planta que crece y florece extendiéndose, pequeño riso, entre el viento. Me parece curioso, le digo a M. y a J., que huyéramos de ahí en aerodeslizadores y que ahora lleguemos a pie.

Ya vemos las ruinas del Nutibara. Mientras las bordeamos, en busca del cauce de la Santa Elena, sigo leyendo en voz alta el texto de Gildardo: “si todo se trata de la forma en que ordenamos el territorio, también se trata de la manera en que somos ese territorio, nos ensamblamos con él”. Nuestra misión es encontrar el cuerpo de varias de las caídas en aquel Bombardeo que nos sacó durante años de la ciudad. El Bombardeo que abrió el suelo y expuso a la Santa Elena nuevamente, que derrumbó al Nutibara, que florió de horrores y muerte al Museo. Jardín de horrores, diría Gildardo. M. y J. me dicen que se nota mi nerviosismo, se miran.

Mis amigxs se miran como el cucho Gildardo miraba el lirio caminante que tenía colgado en el pasillo alargado del balcón. Me decía que también tenía por nombre “falsa orquídea”. Les leo en voz alta: “lo importante es jugar, emitir signos desde el juego. Esos signos hablan, son el gesto que dará luz al germen de un nuevo territorio. Queremos un territorio que surja del juego”.

Dimos un rodeo enorme encontrando un acceso al punto cero, al foco donde debíamos iniciar nuestro pequeño ritualito. Las ruinas nos arrojaban imágenes distintas a las humanas; se habían escapado de nuestra doctrina y mirábamos montecitos, meseticas y algunas aves y culebras. El tramo que nos pareció laberíntico, que pudimos sortear gracias al mapa de Gildardo hecho por él al respaldo de sus instrucciones. Llegamos al costado del Museo, pasando encima de lo que fue la de Greiff, viendo ahora sí cercana la quebrada viva entre las estribaciones del territorio. Aunque pensamos que todo estaría solo más mohoso, más verde, más fresco, nos impresionó ver que la Plaza se movía impetuosa, olas de hojas de un samán bajo los viejos que serpentean desde oriente. Que sus colores dejaban su marca alegona en los ojos nuestros a un ritmo cristalino, como si un gran prisma girara sobre el terreno, avisando su influjo en la cúpula abierta como una cáscara de huevo del Palacio. ¿Qué diría Gildardo sobre las ruinas? Gildardo quizá diría: me ha dicho mi bella amiga que las ruinas se alzan, vibrantes, ante el horror del mundo, elocuentes, juguetonas, son preferibles las ruinas, diría, mejores que cualquier dios. Su bella amiga es también mi bella amiga, pienso. En nuestras manos su jardín cuidadoso, sus lirios caminantes. Los cristales de la luz dejan a su paso el florecimiento instantáneo de falsas orquídeas. Así era la Plaza.

La geografía de la Plaza se movía y recordamos el ruido que nos ahogaba al caminar. Para llegar al punto señalado en la misión, recorrimos un nudo temporal. Acostumbradas a estas zonas, tomamos con calma el asunto. Nos recostamos mientras se hacía de noche, sabiendo que el frío liberaría el nudo. M. sacó una linterna y me pidió el mapa; el afiche configuraba —con cortes de plantas de planos arquitectónicos— la palabra AHOGO. Encima: los trazos de Gildardo. El mapa con tinta roja brillaba como un bichito tímido bajo la luz lunar. Helaba. El frescor de la Aná se levantaba, corpulento, entre nosotros, ayudando –condicionadas por la noche– a que el nudo temporal se aflojara.

Después de un rato de viento y patas y hormigas y culebras y nubes bajas seguimos el camino. Gildardo anotaba al final del afiche: no es posible llegar al centro de la Plaza. El centro real es intocable. El nuevo centro será donde desahoguen el cuerpo de R. Así fue: una flor de ropas aún resguardaba, entre un remanso, el cuerpo hundido de nuestra bella amiga. M. y F. sacaron de un maletín un pequeño diorama de la Plaza de Botero: un paisaje sobre el que habían pegado y dibujado fantasmas, zombis, capuchxs, guacas, colibríes, nubes sonrientes, chazas de venta de flores y comida muy barata y apetitosa. Pusieron su paisaje en la corriente, sellando el intercambio. Yo dije: quebradita Aná, nos llevamos a mi bella amiga; te dejamos un sueño. Somos este contacto. El papel con el montaje de M. y F. se fue empapando, ahogando, hundiéndose en el remanso, flor de día muerto.


Afiche «Ahogo», por Margarita Pineda.

Ilustración «Lirio caminante», por nube.


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