Por: i. e.

Creemos que escribir tiene mucho más que ver con ensamblajes, con el contacto con otros cuerpos o flujos —ejercicio de recomposición y complejidad—, y no con la imagen de un sujeto solitario sentado en las sombras de su búnker personal, atormentado o extasiado por su talento creativo, cómplice del silencio, monolítico imperio de la imaginación. Esta nos parece una triste reducción. La escritura es un ejercicio continuo de transformaciones y agenciamientos, y en el proceso hay cuerpos abstractos (ideas, conceptos, perceptos, etc.) o extensiones en el mundo (animales, vegetales, impresoras, libros…) que hacen parte fundamental del asunto. Aquello que hemos llamado «autor» o «autora» es una de las partes de este complejo escritural. Y es particularmente importante estudiar las relaciones entre los elementos del ensamblaje que llamamos escritura debido a la saturación de imágenes en nuestro mundo, a una cada vez más reconocible confianza neorromántica en la institución del «yo». La «esencialización» de las identidades y su agrupación como tribus urbanas cada vez más diversas y serviles al capital, o la hiperproducción de escrituras selfi (ya sea en poesía, en mal llamada «autoficción», en un abundante cine documental autorrepresentativo, etc.) son, para nos, evidencia de esta bunkerización (cf. «Dos soles») de la experiencia. Este contexto revela para nos una profunda desconfianza, sea por vanidad o temor, de tratar con la diferencia. Creemos, incluso, que cierta lectura ingenua de lo micropolítico (lo íntimo es político) ha tenido un papel importante en la configuración de este panorama y, por supuesto, de ese «río de autobiografías, de libros de memorias, de diarios personales, que no tardaría en devenir cloaca», en un «servicio militar obligatorio del mini-yo», como menciona Bolaño sobre las escrituras «solipsistas». Resulta impresionante que ya no sea solamente el odio o el asco al otro, a la otra, lo que forma este sustrato donde se es incapaz de situar claramente otros puntos de referencia para generar nuestras ficciones; resulta muy impresionante que ahora también la imposibilidad surja del miedo al contacto, la supuesta imposibilidad de ser, comunicar o sentir los afectos que la diferencia experimenta o la autosuficiencia de la experiencia del «yo» que se instala como el terreno político supuestamente suficiente.
Este es el terreno en el que nuestro texto (y fanzín) se pregunta por nuevas producciones de «autorías», por la cuestión fundamental en la producción de ficciones y libros, pero sobre todo por la toma de posición que implica en el campo literario cualquier tipo de escritura heterónima o anónima. Lo primero que tenemos que aclarar es que, al igual que el material verbal es plástico y moldeable, las autorías también lo son. Es decir: estas escrituras ponen de manifiesto su estrato ficcional y performativo. En mayor o menor medida, todo escritor o escritora lo sabe o lo intuye. La construcción de una imagen pública va, por ejemplo, de esto. Wu Ming, en su Declaración de intenciones, lo señala cuando se niegan a ser «personajes», «novelistas de salón» o «monos amaestrados de concurso literario». ¿Por qué esta dimensión de agente-personaje, imbricado en una especie de trama dramática, les resulta desagradable? Sospechamos que no se debe a la creencia de que es imposible escapar de la dimensión performativa de la realidad social, sino porque reconocen —y nosotrxs con ellos— la inevitable dimensión política de esta. La trama, que no es simplemente un teatro o un espectáculo, es también un campo de confrontación política. Asumir una posición, hacer de sí una o varias autorías, se hace no solo necesario, sino urgente, precisamente para que este espacio de confrontación no sea simplemente una tarima tragicómica en la que los y las escritoras se comportan como pequeñas marionetas o sombras, monos amaestrados para que el poder se tire unas risitas o «sublime», como dirían los psicoanalistas, algunas tristes pasiones.
Esto implica, por supuesto, un segundo aspecto importante. No queremos decir que, solo la gente que practica escrituras heterónimas o anónimas sea consciente de esta plasticidad; queremos decir que esta es ineludible. Proyectos como Luther Blissett Project, Wu Ming, el proyecto scp o, acá en Colombia, Trans-F o Las Filigranas de Perder, lo saben y cada uno a su modo habitan un terreno dentro de las posibilidades de construcción de autorías, asumen esta dimensión como una labor más. Por ello, queremos proponer que toda autoría es una imagen y no es solo —ni unívocamente— la corporalidad que la sustenta. Ya el cuerpo es lo suficientemente abierto y plástico como para fetichizarlo de este modo. Es eso y más. La potencia que reposa en esta toma de posición tiene que ver, para nos, con recuperar la autonomía del cuerpo en un mundo que produce un exceso de imágenes de este que luego captura, ordena e «identifica» a través de las redes sociales, la vigilancia cibernética, de tecnologías de control (como nuestras cédulas o información bancaria) o del mundillo del espectáculo literario y la subjetividad que llamamos «artista» o «autor/a». Es decir, el mundo es un campo que obliga a nuestro cuerpo a producir unas imágenes que se nos escapan fácilmente y luego son arrebatadas por la publicidad o el poder (cf. «Política proxy»).
Por este motivo es que preferimos hacer autorías y no hacernos autorxs. Pienso, por ejemplo, en la manera en que el productor y rapero Madlib genera distintas autorías dependiendo de qué otros personajes se ensamblan con él; pienso en la aparición de autorías en los movimientos zapatistas, en la heteronimia política llamada Subcomandante Marcos o en el parche Wu Ming. Precisamente, nos interesa seguir la trocha de esta última autoría, y preguntarnos por disidencias, por objeciones frontales al sistema, a las autorías hegemónicas.
Andrea Soto Calderón, en su ensayo La performatividad de las imágenes se pregunta cómo podemos hacer que vuelva a «arder el peligro» de las imágenes y responde que no se trata de «la búsqueda de la imagen justa, sino imágenes que no se ajusten a las significaciones dominantes». Andrea encuentra que el peligro (crítico, político) reposa en un cierto desgarro de la imagen. Dice: «Este posicionamiento que busca explorar las potencias de las imágenes exige un desgarro. Pero ¿en qué consiste este desgarro? ¿De qué se han de desgarrar las imágenes?». Andrea Soto insiste en «desgarrar la comprensión de las imágenes en tanto que síntesis». Es decir, la reducción de una imagen y, para este texto, de una autoría a una síntesis (al «personaje», el «mono amaestrado», etc.) implica renunciar a aquello que de irresuelto tienen.
Por supuesto, Soto busca una cierta liberación de las imágenes, objetivo que compartimos, pues creemos que tanto estas como las autorías (tratadas generalmente como meras «identidades») están expuestas a lo que la autora llama el «procedimiento policial de la identificación» y su «intento de reducir la multiplicidad». Ambos objetos se resisten a este ejercicio de control y homogenización: en las autorías y en las imágenes está presente la diferencia; son irreducibles a un papel dentro de un campo social o un modelo de producción ya que funcionan también como un espacio de reunión, de aquí que desborden continuamente la identidad, lanzadas al devenir de las cosas abiertamente, dispuestas a crear nuevos lazos, nuevas conexiones entre «lo real y lo posible».
La autoría, en su dimensión de texto, implica también la multiplicidad: es un umbral de variación, una zona de experimentación productiva, política. De aquí que un mismo escritor o escritora sea capaz de performar y producir varias autorías dependiendo de lo que los contextos o ensamblajes pidan, pues es imposible, creemos, operar invariablemente en todo momento y lugar. Todo aquello que en la entrada de este texto mencionamos como síntomas de escrituras que excluyen la diferencia (la negatividad, dice Andrea), resulta aquí la fuerza operativa de unas nuevas e insurgentes autorías. La simplificación de la imagen como un calco de la realidad nos parece paralela a la simplificación de una autoría a una corporalidad, a la lógica de ordenamiento que introduce el espectáculo en un caso y el mercado literario en otro, por ejemplo.
Sin embargo, no queremos decir que la experiencia propia sea desechable o que sea posible autoescindirse en la escritura. Ya lo anotaremos un poco más adelante, pero no hay escritura sin cuerpo. No queremos reducirla ni replicar el ejercicio mercantilista de la individualidad contemporánea que cree que comprar cosas es igual a hacerse una subjetividad. El «yo» es un problema, no una institución ni un cliente, de ahí que la absoluta confianza en la experiencia propia e íntima nos resulte ingenua. Chris Marker, autoría experta en opacar su relación con los medios, con el mercado, siempre entendió su experiencia y su contacto con el mundo y la diferencia como un espacio de proliferación de autorías. Sans soleil, quizá uno de los film-ensayos más impresionantes que hemos encontrado, es también un juego de especulaciones y heteronomías que brotan, no de un vacío malabar formal, sino del problema fundamental del ensayo como género: la experiencia del «yo». Marker, para tratar «su» experiencia necesita de especulaciones, de voces amigas que redicen lo pensado por él, de nombres «falsos», de desdoblamientos y desplazamientos, de un flujo de imágenes en las que el cuerpo de Marker no aparece sino elusivamente —oblicua presencia—, ojo atento que, sobre todo, es visto, interpelado, cuestionado. El texto, en este caso audiovisual, es en sí mismo un terreno de confrontación entre autorías. Un ensayo que no puede reducirse al lema de Montaigne «el tema soy yo»; el yo se desborda, es un montón de otros y otras, de países no-natales, de viajes y registros apropiados, producidos sin mí, extraño ante las cosas. La película de Marker nos dice que una autoría es una cosa más en la extensión del mundo, una cosa más que siente, —en palabras del heterónimo Sandor Krasna, pero en la voz de su amiga— una cosa que comulga con el mundo… facultad ganada en y por la escritura.

Hay, al menos, dos puntos que nos interesa aclarar antes de cerrar. En primer lugar, que no queremos que la idea de autoría se piense como una entidad autosuficiente y exterior al cuerpo. No queremos espiritualizar esta noción que nos parece del todo ligada a la interacción, ensamblaje y recomposición de cuerpos materiales. Tampoco queremos que se vea en este texto una pulsión humanista que reduzca, nuevamente, el asunto a la identificación del «humano» occidental, hombre, europeo, como centro operativo o punto de atracción de toda posible autoría. Por el contrario, reconocer este punto implica también reconocer —para volver al hermoso lugar común spinoziano— que no sabemos de lo que es capaz un cuerpo, pues no paramos de reconocer la manera en que puede desbordar la identidad e, incluso, lo humano. En segundo lugar, esta propuesta no trata de obviar, de ninguna manera, la tensión que existe entre agentes de producción y productos, ni de invisibilizar la violencia con la que ciertos modelos —en particular los capitalistas/patriarcales/coloniales— operan. Es necesario criticar la relación entre producto y autorías. Este es un problema complejo que requiere repensar, entre otras cosas, el régimen del autor romántico, la relación entre un cuerpo con diversos cuerpos o territorios.
Este texto solo pretende ubicar o señalar unas discusiones que nos parecen necesarias. Por supuesto, acompañadas de preguntas sobre qué tipo de ejercicio o «identidad» implica cualquier ensamblaje escritural (cf. Teoría de los ensamblajes); sobre el trabajo artesanal, pensando este como la necesaria inclusión del gozo en la escritura; sobre el ejercicio de estudio y reconocimiento de las múltiples autorías en nuestros territorios para compartir con ellas los encuentros, descubrimientos o problemas, pues creemos que existen en las minorías ese «coeficiente de desterritorialización», es decir de desorganización que la literatura menor conlleva. Si siguiéramos jalando la pita al asunto de las autorías y reconocemos su función dentro otro tipo de producciones, más allá de la editorial o literaria, rápidamente nos hallaremos frente a los devenires políticos de autorías de mundo o de prácticas de ciertos cuerpos o ensamblajes de cuerpos, vivas en otros terrenos de la resistencia.
Por lo pronto, pidiendo perdón por lo poco y esperando del texto mucho, es decir, al menos ser leído en condiciones de alegre diálogo, queremos afirmar que nuestra intención es encontrar autorías que se desgarren del ordenamiento e identificación que el poder hace, siempre tombo, siempre gerente, siempre publicista. En las autorías puede todavía reclamarse y —con ello— brotar la multiplicidad de nuevas disposiciones en el mundo, puestas en práctica y pensadas al mismo tiempo. La violencia reclamada del desgarro, que Andrea propone para el uso de las imágenes, nos parece fundamental e inevitable si lo que buscamos son autorías y escrituras más libres. Este pequeño texto es solo un mapa más, otro posible, otro abierto, reescribible y alegre.
NOTA. Este texto se debe también a:
«Política proxy: señal y ruido», de Hito Steyerl.
«Dos soles. Ese lugar al que no se puede mirar», de Agustín Fernández Mallo.
«Derivas de la pesada», de Roberto Bolaño.
Teoría de los ensamblajes, de Manuel DeLanda.
Kafka: por una literatura menor, de Gilles Deleuze y Félix Guattari.
[Este texto fue escrito para un fanzín sin nombre (y sin rostro) realizado para el taller de escrituras heteronómicas que el Colectivo Editorial Mutante realizó junto a Libros Antimateria, en el 2023. Los archivos —de lectura e impresión en tamaño carta— del fanzín pueden descargar en esta sección].