Por: segundo arrocero
Hoy vi el video de “Las alboradas sin ti no son lo mismo”. Lo primero, es curioso que el título suena a tusa, pero la canción suena a celebración. Y, pa rematar, de qué iba todo este despliegue de imágenes extrañas en el video. ¿Qué pasa?, y quiero decir: ¿qué pasa más allá de ese terreno en que nos damos cuenta que toda identidad es impura, hecha con trozos exógenos, de partes siempre externas, de movilizaciones más o menos identificables? Está claro que el payanés ha cuajado como figura de sujetos camanduleros, de gente, hombres y mujeres, morrongxs a fuerza de moral cristiana, de culpabilidad y excesos propios de nuestra época. Lo que antes era la figura del godo seudoaristocrático ahora se nos dibuja, también, como esos sujetos que son una puta mierda todo el año, más o menos interesados por lo que sucede en estos territorios, pero que en Semana Santa son cargueros o sahumadoras, regidores, regidoras (esto es nuevo), etc. Ese es el presente de una ciudad cuya imagen histórica se deshilacha en medio de la brutalidad propia del narcotráfico, la corrupción y la violencia.
Lo que hoy conocemos en Popayán como bambucos tradicionales (El sotareño es el ejemplo más breve) tienen que ver mucho con un proyecto nacional que convertía a las artes de todo tipo en un programa de unificación o de producción de identidad patria colombiana. Como lo menciona Martha Enna Rodríguez,[1] este proyecto estaba dirigido por las élites ilustradas y fluctuaba de muchas maneras debido a las continuas pugnas políticas y civiles que mantuvieron a Colombia en continuas guerras y reestructuraciones desde su independencia. Piénsese por ejemplo en las múltiples constituciones, en la actitud de ciudades como Pasto y Santa Marta (fieles aún, en 1811, a la corona española), etc. El proyecto nacionalista que incluía en sus protocolos a los medios artísticos y culturales (muy incipientes, pero ya en expansión) tenía entonces un proceder claramente romántico. Las sociedades literarias, la música y los gustos en general que imperaban en Bogotá, siendo ésta la ciudad de mayor influencia a finales del siglo XIX, eran de marcada eurofilia, especialmente francesa romántica. Las estéticas de ánimo bucólico, costumbristas y naturalistas en general tomaron un lugar fundamental dentro del espíritu de la época en las naciones latinoamericanas, ansiosas por definir su posición y posibilidades frente a la anciana Europa.
El bambuco en Popayán, para entonces, ya estaba marcado por dichos ánimos políticos y estéticos. Marcando en lo progresivo un camino de invasiones y apropiaciones muy de la época. Es ahora más común escuchar que un bambuco como El sotareño apropio violentamente motivos melódicos de las músicas indígenas de Sotará, es decir de las comunidades Yanakuna de la región. Sería insensato negar que Francisco Diago no había escuchado y usado estos motivos musicales para la realización de su cañonazo bailable (recitable, reinterpretable hasta el hartazgo, etc.). El problema, ahora, es qué tanto de esta apropiación fue de facto un hecho colonializante, violento contra la integridad de los saberes yanakuna. Este no es espacio para desentrañar más este problemota, tan importante para nosotrxs hoy día. Lo que quiero señalar es cómo la construcción de la identidad institucional, hegemónica, a través de una “inocente” canción como el bello (que me parece bello) Sotareño trae consigo un problema bastante complejo de negación de subalternidades en nuestros territorios. Justo como sucede con la negación de la importancia de las músicas indígenas en el mayor éxito de las chirimías de diciembre en mi pueblo. Es decir: cómo la creación de la identidad payanesa se ha basado en la negación de la diferencia que cohabita el territorio. Esto también pasa en la poca visibilización que ha tenido el bambuco patiano, por poner otro ejemplo. “Muy negro” para las élites zombis de mierda de nuestra ciudad. Tanto Valencia, tanto Chaux, tanto etc. Y ni hablar de la manera en que el cuerpo femenino solo era integrado en sus imaginarios y producciones como un pasivo objeto del deseo, como una virgen santa, como “pasión velada”, como sujeta “amable” (escúchese también Linda payanesa, por supollo).
Pero para no perderme demasiado en esta seudo-diatriba: ¿quiénes son Los Lindos Payaneses? En un principio era una chirimía de parche, hecha para vivir las maravillas de la alborada del barrio Villa Docente, para tocar en novenas random, para parchar con amigxs. ¿Y ahora qué son? Pues todo esto y algo más… algo más pro ble má ti co… Ya grabaron un álbum; “Las alboradas sin ti no son lo mismo” es su primer sencillo. ¿Y qué cambia con la grabación del álbum, con el lanzamiento de este tema? Pues que la banda se inscribe en un devenir de la música en Popayán (o inscribe su registro, sus canciones, su manera de reinterpretar el repertorio tradicional). ¿Qué quiero decir? Pues que la función del bambuco necesariamente se ha transformado. Esta generación de músicos y chirimerxs que se aproximan a esta tradición libres del prejuicio nacionalista, pero intrigados precisamente por los fracasos de este proceso, encuentran en este formato musical (ya no hablo solo de la forma composicional del bambuco) un espacio de resistencia y deriva. Los Lindos Payaneses, que también son lindas,[2] comienzan a invadir un terreno abandonado o ignorado durante mucho tiempo: el de la actualización de la banda chirimera, de las composiciones para este formato y, por supuesto, las fiestas que integran y sustentan la existencia de este tipo de agrupaciones. Hablo por supuesto de las alboradas, de estas reuniones que, para quienes no saben, se organizan en diciembre en Popayán y se basan en amanecer en la calle tocando música de chirimía, quemando pólvora, incitando a lxs vecinxs que se sumen a la celebración, a la bebiza, al baile, a la alegría. Una canción como “Las alboradas sin ti no son lo mismo” ya no tratan de apoyar una repetición horrible de colombianxs, ni de unificar a la brava un territorio que muchas veces s e resiste a ser integrado bajo una unidad superior. Esta chirimía habla, indirectamente, de los procesos económicos que llevaron a que la composición de repertorio de música de chirimía no se restringiera a las élites letradas que “blanqueaban” la música negra e indígena, o a los cabildos o comunidades ancestrales que habitan el Cauca. Los Lindos Payaneses son una chirimía de las clases medias de la ciudad, un grupo de cuerpos abiertos, felices de integrarse respetuosamente en los procesos que agentes aislados (muchas veces a la fuerza) llevan. Pablo Tobar, por ejemplo, compositor y flautista en Los Lindos, ha llevado un tiempo acercándose y conociendo las diferentes chirimías tradicionales que se pueden encontrar en el Cauca. No solo aquellas con mayor nombre dentro de Popayán, legado de chirimías como Alma Caucana, la Chirimía Chancaca, Aires de Pubenza o Armonía Cauca, sino también de grupos tradicionales que viven en pueblos como Almaguer o Sotará.
Lo mismo sucede con el despliegue visual que se nota en el video, donde vemos a un parche de amigxs festejando una alborada más, incluyendo en su desfile la carga visual de los instrumentos, un ataúd con un payán pintado (al que se le veló al son de la chirimía), el guaro, máscaras de diablos (en vez de los diablos tradicionales que piden lks para las chirimías). Esta puesta en escena, heredera de la actitud teatral de bandas como La Jacaranda o Los Pangurbes (dos de sus músicos están en Los Lindes Payaneses, precisamente), muestra cómo los jóvenes han engullido los valores, las imágenes, las narraciones que reposaban demasiado respetadas por el pueblo, ahí a disposición de transformarse en otra cosa que no es más Popayán ni una NeoPopayán ciberpunk, sino una especie de disolución de Popayán. Es decir… yo pienso últimamente que en Colombia somos re ásperos para perder territorios, para perder en general, para no encontrar más tierra por fuera (no se engañen, esto es bueno… pues ciertos pliegues, ciertas formas de recomponer nuestras actuales “fronteras”, de diligenciar nuestros viajes pueden mostrarnos inevitablemente que hay más tierras ahí, vibrando y que mientras no intentemos conquistarlas, podrán abrirse para nosotros). Somos re bueno pa perder, sí… y Los Lindos Payaneses pierden a Popayán en su juego perverso y alegre de reacomodar la propia ciudad.
¿Se trata, pues, de rescatar la chirimía? No, para nada. ¿Rescatarla de qué? Todo igual se olvida, todo se va deshilachando, perdiendo calor. Se tata acceder a un espacio, a una forma de hacer música, que antes era valiosa solo cuando era para las élites, es decir una música instrumentalizada por un régimen político estúpido y asesino. Una música que aún tiene mucho que ver con la manera en que el territorio está ahí ofreciéndonos ritmos, aires, calideces cercanas. Un bambuco que no habla del amor romántico perdido, del horror del objeto pasivo amado, un bambuco alegre y triste que se sabe que lo tenemos es lo que hay, que sin ti las alboradas seguirán ahí gracias a que no todxs somxs unas webas, perdidxs en el apocalipsis de la derrota. La alborada es un espacio de victoria del barrio, no la excusa para acumular estupideces. “Las alboradas sin ti no son lo mismo” no canta su final, sino su pervivencia y devenir, la riqueza que en el pasado sale a brillar y revitalizar nuestro presente: los barrios viejos que se vuelven demasiado valiosos ahora, salvadores. La amistad, la ternura, el baile, la tristeza libre de épica autodestructiva, la calma que antecede a la guerra de todos los días.
[1] “El bambuco, música ‘nacional’ de Colombia: entre costumbre, tradición inventada y exotismo”, Conferencia para la Octava Semana de la Música y la Musicología, noviembre 4 de 2011.
[2] Pues cada vez es más común que las mujeres integren o hagan parte de chirimías, como Las Jolgoriosas, Las Hijas de Payán, incluyendo por supuesto Los Lindos Payaneses.